martes, 13 de marzo de 2012

Batman: La Broma Asesina


Tenía que ocurrir. No importaba tanto el cómo o el cuando, sino el hecho de que ocurriese. La pregunta no es si alumbrar un origen del Joker era necesario, o si un arcaico formato de 46 páginas era el adecuado. En ese espacio, Alan Moore podría concebir una epopeya.

El relato es breve, fugaz, una pequeña broma que se extiende hasta su título. Y sin embargo, después de leer sus páginas, es imposible volver a mirar al villano con los mismos ojos. A partir de La broma asesina, el personaje del Joker se ha vuelto alguien cercano, su sonrisa menos vehemente, y su hermoso traje violeta, aquí más hermoso que nunca, transporta los restos de un ser humano que una vez fue vulnerable. 

Moore traslada, por primera vez, elementos propios del lenguaje cinematográfico al mundo del cómic, multiplicando exponencialmente la agilidad de la narración. Mientras el Joker castiga al comisario Gordon, el pasado del villano se encadena con el presente, y los gestos de aquel hombre asustado se corresponden ahora con los del jefe de policía de Gotham. Dos personas que se convierten en víctimas y que se aferran a banderas muy diferentes ante su desgracia. Uno con la justicia. El otro con la venganza. 

Pero lo más hermoso de esta pequeña novela gráfica es el modo, sencillo y perfecto, de hacer protagonista una verdad inquebrantable acerca de los dos personajes antagónicos. Batman y el Joker, dos caras de la misma moneda, están condenados a existir y a convivir porque no existe el reverso sin su opuesto, lo injusto es lo que convierte en virtud todo lo justo. Y mientras exista el hombre enmascarado, envuelto en su imperturbable solemnidad, existirá la sonrisa maliciosa de su antagonista que, como se atreve a sugerir Alan Moore, no es otra risa que el interior de Batman resonando en su silencio. 

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