lunes, 7 de mayo de 2012

Calígula, de David Lapham y German Nobile


Abundan hoy los cómics que se sirven de la perspectiva histórica para reescribirla a través de la ficción. El formato ha encontrado un nuevo filón: el cómic no sólo puede servir como ventana a la revisitación histórica y al conocimiento de una manera diferente y amena, sino que puede usar ese material para retorcerlo y modificarlo a su gusto tal como haría el cine o la literatura.

Es una idea antigua, nada nuevo bajo el sol, sólo que los nuevos públicos parecen más permeables a este tipo de estrategia que en décadas posteriores. El problema del guión de David Lapham para su visión de Calígula es que la historia está supeditada a la más deleznable colección de barbaridades en cada página y abandona su desarrollo a una más que previsible concatenación de acontecimientos. 

Lapham presenta al personaje como una auténtica encarnación del demonio, atribuyéndole unas cualidades ajenas a lo humano y cercanas a lo diabólico. Su montura, el famoso Incitatus, es también una criatura de pesadilla llena de oscuras intenciones. El relato se nos muestra a través de un joven que desea vengar el asesinato de su familia a manos del terrible Emperador, por lo que se infiltra en el palacio y termina convertido en el siervo más fiel de Calígula

El relato se sigue de manera muy fluida gracias a la pluma ágil de su guionista y al soberbio y sugerente dibujo de German Nobile, provisto de no pocas innovaciones en lo técnico, con resultados preciosistas. El festín visual está servido, pero por desgracia la estética está siempre al servicio de lo que parece el único reclamo de la obra: que cada página contenga un elemento más macabro que la anterior, ya sean mutilaciones, violaciones u otras desagradables actividades que Calígula ejecuta como un divertimento. 

Revisitación histórica, revisión del personaje, demonización de un personaje ya demonizado. El descubrimiento de German Nobile vale la pena, pero por desgracia la verdadera atrocidad del cómic es que la historia del Emperador resulta del todo prescindible. 


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